Nacimos en Asís, una bella ciudad de la Umbría italiana
Recostadas en la falda del monte Subasio, las calles de Asís, sus casas, palacios, iglesias y conventos de piedra rosacea, hablan de un ayer que pervive y son memoria viva de Francisco y Clara, nuestros fundadores.

Francisco nació en Asís en el año 1182. Hijo de Pedro Bernardone, rico comerciante de telas, y su esposa Pica, originaria de Provenza. Fue bautizado con el nombre de Juan, pero el padre quiso que se llamara Francisco, «el francés o francesito», por los muchos lazos de afecto que lo ligaban con Francia.
Francisco fue un joven alegre, jovial, que soñaba hacerse noble caballero. El Señor salió a su encuentro y cambió su vida. Renunció a las riquezas y posibilidades que le ofrecía su posición e inició un camino de seguimiento de Jesucristo pobre y humilde. En 1209 el papa Inocencio III le aprobó su forma de vida que consistía en vivir el santo Evangelio y dar testimonio de él.
Clara nació en Asís en el año 1193, del matrimonio Favarone de Offreduccio y Hortolana. Conoció el ideal evangélico de Francisco y percibió su originalidad. Le sedujo la pobreza vivida como un camino hacia una verdadera fraternidad. Un camino de sencillez, de paz y de alegría. Y se decidió a emprender esa nueva senda.
Desde su juventud, Clara destacó por su fuerte personalidad, decidida y valerosa, creativa, autónoma y emprendedora. Buscaba con pasión su propio espacio dentro y fuera de casa, abierta a todo amor bueno y bello, tanto hacia Dios como hacia los hombres y todas las demás criaturas.Junto a Francisco, Clara entendió que convertirse al Evangelio es descubrir a Jesucristo, ese tesoro escondido en el campo, esa perla de gran valor por la que el mercader vende todo lo que tiene. Y la noche del Domingo de Ramos, el 18 de marzo de 1212, cuando tenía 18 años, huyó de su casa y se fue a la pequeña ermita de Santa María de los Ángeles, a la Porciúncula. Allí Francisco la recibió como hermana.
Clara se considera a sí misma «sierva indigna de Cristo y pequeña planta del benditísimo padre Francisco…» y no duda en prometer obediencia a Francisco y a sus sucesores para quedar vinculada a su familia.
En el convento de San Damián, situado a dos kilómetros de la ciudad de Asís, restaurado por Francisco al principio de su conversión, y reconociendo en él a su maestro y guía, Clara supo asumir su propia opción evangélica y recorrerla libre y creativamente, junto con las hermanas que el Señor le fue dando.
En la contemplación de Jesucristo, a ejemplo de María, Clara descubrió su razón de ser y la meta última de su andadura. Desde su invitación a considerar que el fundamento de todo está en Cristo, nos convida a centrar la vida toda en Él, no para buscar un refugio o para huir de las dificultades del mundo, sino para acoger, para participar más profundamente de la vida de los hombres, de sus más secretas y desconocidas aspiraciones, para comprometerse a construir la historia humana según el proyecto de Dios.
